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Libro Grande Parte 3

Como fundamento para el cambio 

 

Por conveniencia, llamemos en este artículo a estas doce menciones de la buena voluntad puntos. Notemos que, salvo el punto número cuatro, en que tangencialmente parece referirse a la posibilidad de una recaída, en ningún otro la buena voluntad se está enfocando ya en mantener la sobriedad. Como habíamos tratado suficientemente en otra ocasión , el mensaje profundo de aa no es llanamente la sobriedad sino la fe —y la transformación que esta opera en el ser humano—. Esto lo declaró abiertamente Bill en una carta de 1940:

 

«Se dice a menudo que los aa. nos interesamos únicamente en el alcoholismo. Esto no es cierto. Tenemos que superar la bebida para seguir viviendo. Pero todo aquel que conozca de primera mano la personalidad alcohólica, sabe que ningún verdadero borracho deja de beber completamente a no ser que experimente un profundo cambio de personalidad» .

 

En sus doce puntos, la buena voluntad quiere movilizar al hombre entero; mantenerla viva día a día es el hilo del que pende el profundo cambio de personalidad.

 

Como en toda obra, hay secciones especialmente destacadas o reconocidas —como el gran capítulo 5, al que los pioneros llamaron con emoción entrañable «nuestro capítulo» ; o el capítulo 4, que plantea el propósito mismo del libro—. Pero tampoco es raro que a menudo se nos lleguen a escapar algunos párrafos donde justamente se hallaba un pasaje de importancia capital. Tal pudiera ser el caso del siguiente, al final del capítulo 11 —«Una visión para ti»—, y que precisamente sirve de corolario a todo lo expuesto en el libro:

 

«Entrégate a Dios, tal como tú lo concibes. Admite tus faltas ante Él y ante tus semejantes. Limpia de escombros tu pasado. Da con largueza de lo que has encontrado y únete a nosotros. Estaremos contigo en la fraternidad del Espíritu, y seguramente te encontrarás con algunos de nosotros cuando vayas por el camino del destino feliz. Dios te bendiga y conserve hasta entonces».

 

Aquí está dicho todo: ese es el resultado de la movilización del hombre entero; ese es el resultado de la buena voluntad; en resumen, esto es Alcohólicos Anónimos.

 

El libro quiso ser una solución para el desesperado, y gracias a la invaluable y visionaria aportación médica del Dr. William D. Silkworth, el alcoholismo se presentaba contundentemente como una enfermedad incurable —una idea revolucionaria—. En definitiva, la aspiración de aa partiría de la rendición del ser humano ante sus evidentes limitaciones y rebasaría por mucho la consecución de la mera abstinencia.

 

 

 



 

 En la exposición de los sufrimientos que causa y padece el enfermo alcohólico, hay un centro de gravedad bien definido: su egolatría, que amenaza con devorarlo definitivamente en un bostezo de infinita y obscurantísima amargura, obsesionado por sus propias creaciones de odio, culpa y miedo. Sus exigencias hacia otros —y hacia sí mismo en términos instintivos— no son sino la desesperada búsqueda de autoafirmación del hombre egocéntrico. Su secreto esfuerzo aislado para ocultar su desesperada condición está una y otra vez condenado al fracaso:

 

«Podíamos desear ser morales, podíamos desear ser confortados filosóficamente. En realidad, podíamos desear todo esto con todo nuestro ahínco, pero el poder necesario no estaba ahí. Nuestros recursos humanos, bajo el mando de nuestra voluntad, no eran suficientes. Fallaban completamente» .

 

La abstinencia sin el profundo cambio de personalidad, sin buena voluntad, es, diciéndolo con Kandinsky, en De lo espiritual en el arte, como un chimpancé que sujeta entre las manos un periódico o un libro: no obstante lo mire con aparente atención y gesto adusto, el sentido interior y auténtico está completamente ausente (no está aprendiendo nada).

 

¿Qué peor castigo para su deliberado autoencerramiento que tener que ser él mismo y soportarse sin fin? Pues el ser humano no fue hecho «imagen y semejanza de Dios» para ocultarse, por vergüenza, de Dios y de sus hermanos en un sepulcro de soledad interior. Sin embargo, el libro comenzó a aparecer, por obra de la Providencia, donde se le necesitara, ¡así fuera en el fondo de un barril de petróleo en Alaska ! Porque no somos sino menesterosos de Espíritu, es menester en primer lugar la entrega, tomar distancia de las otras cosas: ¡Entrega…! ¡Suelta…! ¡Deja ir…!

 

«Pero el programa de acción, aunque enteramente sensato, era bastante drástico; quería decir que tendría que arrojar por la ventana varios conceptos que había tenido toda mi vida» .

 

Entréga-te, entrégate a Dios tal como tú lo concibes. Este fue el gran regalo de Ebby para Bill —y de Bill para todos nosotros—. No importa si nuestro concepto de Dios es muy simple o —solo aparentemente— muy complejo. Deus semper maior: Dios siempre es mayor. Cualquier concepto, cualesquiera cualidades que podamos enunciar de Dios, al final tan solo son una chispa insignificante de Su inmenso resplandor. Lo único importante es que tenga sentido genuinamente para nosotros —«Estábamos en el punto de cambio »—, que nos atrevamos a la decisión a favor de Dios. A decir verdad, de manifestarse en nosotros, la buena voluntad es una auténtica dádiva de Dios. Nuestra entrega no es sino la acción de Dios que nos dispone hacia Él cuando nos derrotamos.

 

Solo habiendo cruzado este umbral es posible decir con sinceridad que «sin miedo,hicimos un minucioso inventario moral de nosotros mismos» . Antes no es posible. La fe, la presencia, el Poder Superior de Dios ocupa el lugar que antes ocupara el miedo y las faltas que nos empuja a cometer —¡en la medida en que vivimos en el filo de la buena voluntad!— Y porque ya no estamos solos, porque Dios ha entrado en nuestra vida, porque mediante la fe hemos dado el salto de las tinieblas hacia la luz, nuestros semejantes nos han recibido en la fraternidad del Espíritu. Las llamadas «doce promesas» del capítulo 6  se verifican, una a una, como cumplimiento… para los de adentro.

 

 

Continuara...