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Los clérigos

Por Bill W.

(reproducido con permiso de Plenitud aa)

Reimpreso de (Boletín Ganar Aliados no.49) con permiso de la Central Mexicana de S.G. de A.A., A.C.


Todo río tiene su propia fuente. Con aa también es así. Al principio, había un manantial que brotaba de un clérigo, el Dr. Samuel Shoemaker. Años atrás, en 1934, empezó a enseñamos los principios y las actitudes que después florecieron en los Doce Pasos de aa para la recuperación.

 

Si alguna vez existió un agua vivificadora para los borrachos, fue esta. Tomamos la copa de gracia que Sam nos alargó y bebimos de ella, sin olvidarnos de pasársela a otros. Damos nuestra gratitud a Él, cuya gracia mantiene siempre llena esta copa, y a Sam, que fue el primero en ofrecérnosla.

 

Pero los ríos han de tener tributarios, si no, no pueden viajar muy lejos ni crecer mucho. 

El río cada vez más profundo de espíritu por el que los aa. 

 

aa. viajamos hacia una vida mejor, ahora tiene multitud de tributarios — afluentes que alimentan la corriente principal de la vida de nuestra comunidad entera —.

 

De estos afluentes de devoción y de servicio, los más numerosos y vitales siempre nos han llegado de nuestros amigos del clero.

Permítanme que lo ilustre: Muy poca gente sabe que un ministro desempeñaba la parte principal en formar la primera junta de custodios de aa, quienes llegarían a ser los guardianes de los servicios de aa a escala mundial. Me refiero a Willard S. Richardson, amigo y asociado de los Rockefellers.

 

En 1937, recurrimos al Sr. Richardson, solicitándole que nos ayudara a recoger grandes cantidades de dinero para sufragar los trabajos de aa. 

 

En lugar de eso, nos ayudó a encontrarnos a nosotros mismos. 

 

Debido principalmente a su bondad y comprensión, su dedicación y su duro trabajo, se formó la primera junta de custodios de aa y se comenzó

a escribir el «Libro Grande».

 

Daba de sí mismo sin esperar nada a cambio. Solo Dios sabrá lo que nuestros 7 000 grupos de hoy día deben al «Tío Dick» Richardson, miembro del clero. En la cena que dio el Sr. Rockefeller en 1940, apareció otro miembro del clero. Era nada menos que el Dr. Harry Emerson Fosdick.

 

 

Como principal portavoz de los no‑alcohólicos allí presentes, el Dr. Fosdick fue el  primer religioso que nos dio una palmada en la espalda ante el público en general.


A menudo me lleno de asombro al pensar en la cantidad de comprensión, amor y puro valor del que él hizo gala para hacer este gesto tan generoso. Allá estábamos, una pandilla de los llamados exborrachos — casi desconocidos —. Todavía me estremezco al imaginar las risas estruendosas de toda América si dos o tres de nosotros los aa. aa. nos hubiéramos presentado borrachos como cubas en esta ilustre cena. El reverendo Fosdick había corrido un gran riesgo por nosotros. Siempre lo recordaremos.

 

Centenares, sin duda, y tal vez millares de nuestros amigos del clero han continuado corriendo riesgos por nosotros desde entonces. Nos invitan a celebrar nuestras reuniones en sus sótanos y salones sociales.

 

Sin interferir nunca en nuestros asuntos, se sientan en las últimas filas — y explican que han venido a aa para aprender —. Cuando llega el domingo, hablan de nosotros en sus sermones. Nos envían candidatos y se maravillan de sus progresos. Cuando a veces les pedimos que den una charla en nuestras reuniones, invariablemente se disculpan por su propia ineficacia al trabajar con los alcohólicos. Esto es, sin duda alguna, humildad — tal vez un poco exagerada.

 

En su trato con nosotros, siempre se comportan con suma paciencia y tolerancia. Naturalmente,

enseguida se dan cuenta de que, aunque estamos sobrios, nosotros los aa. aa. a veces podemos ser pomposos y campeones del razonamiento engañoso. También podemos ser descuidados e irresponsables. Nos escuchan sin rechistar cuando les explicamos (por insinuación) lo superior que es nuestra sociedad. De vez en cuando oyen en las reuniones unas experiencias y un vocabulario que harían enrojecer a cualquiera.

 

Pero nunca dicen ni una palabra, ni siquiera pestañean. Se toman con calma nuestras tonterías, a veces con la paciencia del santo Job. Se dan cuenta de que estamos haciendo un verdadero esfuerzo por madurar, y quieren ayudar. Esta demostración constante y conmovedora de nuestros amigos de religión nos hace pensar a muchos de nosotros lo siguiente:

 

«Cuando consideramos lo que han hecho por nosotros todos estos curas y ministros, nos tenemos que preguntar, “¿Qué hemos hecho nosotros por ellos?” ».

 

 

Esta es una muy buena pregunta. Aunque lo que viene a continuación no es en sentido estricto un asunto de aa, me siento obligado a hablar de lo que los curas y ministros han hecho por muchos de nosotros, personalmente. Algunos aa. aa. dicen:

 

«No necesito la religión, porque AA es mi religión».

 

De hecho, yo solía tomar esta postura. Después de mantener durante varios años este sencillo y cómodo punto de vista, al fin me di cuenta de la posibilidad de que hubiera otras fuentes de enseñanza, sabiduría y convicción espirituales fuera de aa. Recordé que el reverendo Sam tenía probablemente mucho que ver con la experiencia espiritual vital que era para mí el primer regalo de la fe. Además él me había enseñado los principios según los cuales yo podría sobrevivir y seguir adelante. aa me había dado el hogar espiritual y el clima en que me podía sentir bienvenido y donde podía hacer un trabajo de utilidad. Todo eso estaba muy bien, y trabajaba en beneficio mío.

 

No obstante, por fin descubrí que necesitaba más. aa, con razón, no intentaba tener la respuesta a todas mis preguntas, por muy significativas que me parecieran. Como cualquier adolescente, había empezado a preguntarme: 

 

«¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Por qué estoy aquí? ¿Cuál es el verdadero significado de la vida? Cuando el empresario de pompas fúnebres haya terminado sus oficios conmigo, ¿seguiré con vida, o no? ¿A dónde, si acaso voy a alguna parte, iré desde aquí?».

 

 

Ni la ciencia ni la filosofía me parecían capaces de darme respuestas convincentes. Naturalmente, me puse a buscarlas en otros campos y creo que hice algunos progresos. Aunque tenía todavía algún recelo ante los clérigos y su teología, acabé volviendo a ellos — al lugar donde se originó aa —. Si me habían podido enseñar los principios que me hicieron posible recuperarme, tal vez ahora me pudieran decir más acerca del desarrollo de la comprensión, y de la fe. 

Aunque me había sido bastante fácil lograr mi sobriedad, el asunto de madurar me presentaba grandes dificultades.

 

El desarrollo — emocional y espiritual — siempre me ha resultado muy difícil. Mi búsqueda para conocerme a mí mismo — y para conocer mejor a Dios y Su voluntad para conmigo — llegó a ser un asunto de suma urgencia. Me dije que los clérigos debían representar la sabiduría acumulada de los siglos en lo concerniente a cuestiones morales y teológicas. Así que empecé a trabar amistades con ellos — esta vez para escuchar en vez de disputar.

Me alegra poder decir que uno de estos clérigos ha resultado ser uno de los mejores amigos, maestros y consejeros que jamás espero tener. A lo largo de los años, he encontrado en el padre Ed Dowling gran parte de la gracia y de la comprensión que me hacen posible desarrollarme hoy, aunque sea poco a poco. Él es el mejor ejemplo de espiritualidad que yo conozca. A menudo me ha ayudado a reanudar mi viaje por el buen camino, evitándome borracheras secas de indefinida duración. Vale mencionar que él, durante todos estos años, nunca me ha pedido que me convierta a su religión.

Por lo tanto, con la más profunda gratitud, reconozco aquí la deuda que aa tiene con los clérigos: si no fuera por lo que han hecho por nosotros, aa nunca habría nacido; casi todos los principios que utilizamos nos llegaron de ellos. Nos hemos apropiado de su ejemplo, su fe y, hasta cierto grado, de sus creencias, y los hemos transformado en nuestros. Casi en el sentido literal, los aa. aa. les debemos nuestras vidas, nuestras fortunas y la salvación que a cada uno de nosotros le haya tocado encontrar. Esta es, sin duda, una deuda ilimitada.


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