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Así surgió el título del «Libro Grande»

Reimpreso de (Boletín Apartado 29-70 no. 313) con permiso de la Central Mexicana de S.G. de A.A., A.C.


En mayo de 1938, cuando empezó a trabajar en la redacción del primer borrador de lo que ahora se conoce como el «Libro Grande», Alcohólicos Anónimos, en la ciudad de Nueva York y en Newark, Nueva Jersey, Bill W. había estado sobrio unos tres años y medio. El doctor Bob llevaba sobrio unos pocos meses menos, y en 1939 se publicaba el libro Alcohólicos Anónimos producto de una agrupación que para entonces carecía de nombre, pero que se había propuesto lo inalcanzable hasta ese momento: vencer la enfermedad del alcoholismo… Una enfermedad para la cual la mayoría de curas tradicionales fallaban.

 

Cuando el libro, también conocido como el «Libro Grande», vio la luz en 1939, cien integrantes de la agrupación habían logrado mantenerse sobrios por períodos que iban desde los cuatro hasta un año. El doctor Bob y los miembros de Akron, Ohio lideraron este trabajo. Un miembro del grupo Akron era un antiguo periodista con dos años de sobriedad llamado Jim. Él y el doctor Bob «fueron a buscar a todos los miembros de Akron que tenían un historial de sobriedad considerable para recopilar sus testimonios».

 

En Nueva York, donde no había nadie con experiencia de escribir, decidieron que cada miembro con una sobriedad considerable escribiera su propia historia. Hubo algunas objeciones. «¿Quiénes éramos nosotros, dijeron los escritores, para corregir sus historias? Esa era una buena pregunta, pero no obstante las corregimos. Las quejas de los narradores amainaron finalmente y se completó la sección de historias a finales de enero de 1939. Y también, por fin, el texto».

 

Incluyeron testimonios de miembros recuperados del alcoholismo, en los que se podía percibir que no importaba la condición económica, política ni social del individuo, que una vez que había caído en las garras del alcohol era arrasado hasta la oscuridad y la desesperación, y eran numerosos los casos en que los afectados terminaban en la locura o confinados en los cementerios.

 

Es probable que a lo largo de 83 años el libro Alcohólicos Anónimos nunca haya sido incluido en un suplemento literario, porque se le considera un libro menor, que nada tiene que ver con el bagaje de un libro aceptado por el canon. No obstante, si se mira en retrospectiva y con la calma del crítico responsable, se cae en la cuenta de que el texto utilizó con cierta anticipación el poder del relato testimonial, el cual en la segunda mitad del Siglo xx iba a tener una enorme exposición en el mundo de habla castellana e inglesa. Después de esos inicios vacilantes y de un futuro incierto del libro que había dado nombre a ese extraño movimiento en el que los participantes no tienen que pagar ni un centavo por asistir a las reuniones y en las que no se habla de política, ni de religión, ha sido traducido a más de 70 idiomas. De acuerdo con el Prólogo de la cuarta edición en inglés de 2001, entre todas las ediciones ya se han vendido más 20 millones de ejemplares.

 

Aunque la historia del libro refiere que cuando lo estaban redactando hubo aclaradas disputas por el tono del texto, por si debía llevar más dosis de medicina que de religión o por si cabía pedir rituales y hablar de un Dios en concreto, al final los escritores, con Wilson a la cabeza, lograron algo que en ese contexto parecía imposible: un libro didáctico, escrito con un lenguaje sencillo y al alcance de cualquier lector. En efecto, el público al que iba dirigido era muy variado, puesto que la enfermedad del alcoholismo entonces y en la actualidad no discrimina, si afecta a este por su condición social o al otro por su condición económica.

 

De forma tal que para lograr una comunicación competente debía estar redactado en un lenguaje claro, directo y sin adentrarse en consideraciones excesivamente técnicas. Lo consiguieron los fundadores, quienes tras unas largas discusiones, contadas en un libro posterior, le dieron un giro espectacular al volumen y al movimiento que representaban, cuando se negaron a hablar en específico de un Dios. Para lograr el conjuro, quizá con influencias de un sector del gnosticismo, optaron por invocar la figura de un «Poder superior», con lo cual abrieron la puerta para cristianos, musulmanes, budistas, católicos y cuanto credo exista en el mundo.

 

El libro Alcohólicos Anónimos reivindica también un elemento que los médicos griegos de la era de Hipócrates tenían como un recurso fundamental: el poder curativo de la palabra. Eso lo sabía muy bien en el Siglo xx el médico y escritor español Pedro Laín Entralgo, quien era partidario de esta terapia y que publicó: «La curación por la palabra en la antigüedad clásica». Se consideraron más de cien títulos, pero al final todo se redujo a dos: «Alcohólicos Anónimos» y «La salida», y cuando los dos grupos votaron, «La salida» recibió una ligera mayoría. Entonces uno de los aa fue a visitar la Biblioteca del Congreso para investigar cuántos libros había intitulados «La salida» y cuántos llamados «Alcohólicos Anónimos». Había doce con el primer título, ninguno con el último y como nadie quería que el libro fuera la decimotercera «salida», el problema quedó resuelto.

 

«Así es como obtuvimos el título para nuestro libro, y así es como nuestra sociedad obtuvo su nombre». Así fue como este grupo de hombres y mujeres poco estables, y a menudo temerosos, de alguna manera llegaron a publicar, el 10 de abril de 1939, Alcohólicos Anónimos. Este libro llegó a ser un plan para la recuperación del alcoholismo que ha sido seguido con éxito casi ochenta y tres años —y una especie de fenómeno editorial.